La gran fiesta de Pentecostés, ratifica el amor puro y hermoso del Resucitado, el mismo que, se nos ha dado desde nuestro Bautismo. La Fiesta de la Pascua que celebramos durante estos cincuenta días, nos regaló la certeza de sabernos amados y de que el pecado y la muerte no tienen la última palabra.
Jesús nos dijos: “Conviene que yo me vaya, para que Él venga”. ¿Quién?. El Espíritu Santo, la Tercera Persona, ¡el amor del Padre y del Hijo! Con quien fuimos sellados en el bautismo y confirmados. Fue, por lo tanto conveniente que Jesús ascienda para que reine ahora en nuestros corazones la Santísima Trinidad.
¿Cómo respecta entonces entrar a este tiempo ordinario? ¿En lo concerniente a nuestra misión, a nuestros proyectos, a nuestro lugar en el mundo?. Con esperanza, hermanos, que es una virtud que se nos da, si la pedimos y cultivamos día a día, esa esperanza se cuida como a una plantita. Por esto, insistentemente suplicaremos junto a toda la Iglesia peregrina, un nuevo pentecostés para el mundo cargado de injusticias, de guerras, de ruido, de división y de venganza.
Por otro lado, puesto que todos los esfuerzos humanos son escasos y limitados ante el enemigo que rodea buscando a quien devorar, suplicaremos la gracia que nos viene de lo Alto. Esta fuerza que se nos dio de lo alto, y nos renueva día a día, explica San Claudio de la Colombiere , tiene un nombre: “Emmanuel, Dios con nosotros”, es Dios quien quiere reunirnos y hacernos UNO en su amor, El espíritu Santo nos conduce y desea concedernos su poder que se traduce en una caridad inagotable que hará arder la tierra.
Con el fuego de su Santo Espíritu el Reino que tanto anhelamos, finalmente se construirá, su justicia colmará la faz de la tierra y todo lo demás vendrá por añadidura los niños sonreirán, las guerras y discordias se acabarán, se cumplirá el sueño amado de Cristo: «Padre, que sean UNO, como tú y yo lo somos Padre».
Sigamos trabajando hermanos, para que muchos jóvenes se consagren a Dios, los gobernantes respeten la voluntad del Padre. Y muchos crean…
¿Podremos reparar el corazón de Cristo que tan herido está, por quienes ha amado? Si, suplicando al Espíritu Santo, pidiendo ya alabando a la luz de la oración y de su Palabra, preguntándole a Jesús ¿Qué más puedo hacer por ti mi Señor?.

¿Nos damos cuenta cómo este tiempo ordinario es un tiempo realmente extraordinario?
«No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha sino desfallecemos». San Pablo.
Con amor fraternal.
Cristina.